El equinoccio en marzo señala el inicio de la primavera, pero es en Yucatán donde el interés mundial se desata debido a que entre los días 20 y 23, la dirección de la luz solar cae sobre diferentes construcciones con cierto ángulo y hace que se proyecten sombras que semejan la aparición del mítico Quetzalcóatl, de origen tolteca pero que los mayas tradujeron y llamaron Kukulcán.
Ciudad de México, 14 de marzo (SinEmbargo).- Chichén Itzá es de los principales sitios arqueológicos de la península de Yucatán, una entidad en la que es posible contemplar, tal como se podía hacer desde hace siglos, logros históricos de una civilización que aún hoy despierta el asombro y que sigue atrayendo a un sinnúmero de turistas mexicanos e internacionales.
Desde el que fuera el centro de la cultura maya en su etapa de máximo esplendor, se erigió un milagro humano que conjuga profundos conocimientos de astronomía, matemática, acústica y física, a los que se les añadió una profunda motivación religiosa. Sólo basta estar en el lugar y en el momento correctos para contemplar un espectáculo que sin exageración alguna es único en el planeta. En el mundo se le conoce como el equinoccio en el templo de Kukulcán.
El equinoccio es un hecho cósmico que se da cuando el Sol se halla sobre el ecuador terrestre, por lo que el día y la noche duran lo mismo en el planeta. El equinoccio en marzo señala el inicio de la primavera, pero es en Yucatán donde el interés mundial se desata debido a que entre los días 20 y 23, la dirección de la luz solar cae sobre diferentes construcciones con cierto ángulo y hace que se proyecten sombras que semejan la aparición del mítico Quetzalcóatl, de origen tolteca pero que los mayas tradujeron y llamaron Kukulcán.
Lo que los testigos colocados a un costado de la pirámide en Chichén Itzá contemplan después del mediodía y hasta alrededor de las cuatro de la tarde, es cómo los rayos descienden y recorren las escalinatas para iluminar el cuerpo de una imponente víbora cuya enorme cabeza de piedra reposa al nivel del piso con las fauces abiertas.
Y aunque en Chichén Itzá se disfruta la espectacularidad del descenso del Kukulkán, Yucatán tiene otras maravillas donde los mayas también expresaron sus vastos conocimientos, como lo es Dzibilchaltún, el “lugar donde hay escritura en las piedras”, un importante asentamiento maya cerca de la costa, y justo ahí los constructores decidieron elegir un templo que hoy conocemos como el de las Siete Muñecas –curioso nombre porque dentro de su estructura hay siete figuras de barro con forma humana–, donde al amanecer, en el equinoccio, los rayos solares cruzan justo en el centro de la puerta y crean un espectáculo de luz y sombra en su fachada poniente.
Pero aún hay más. Yucatán ofrece en Mayapán una experiencia semejante a la de Chichén, pero en una estructura de dimensiones algo más modestas, y en Uxmal encontramos el Templo de las Palomas, también con efectos de luces y sombras donde los ángulos paralelos y meridianos se cruzan para obtener el efecto deseado por antiguos ingenieros, astrónomos, artistas y sacerdotes mayas.
Todas estas maravillas son únicas e irrepetibles, no se podrían dar en ningún otro lugar dadas las características de la península yucateca, que cruza el meridiano 90 y señala uno de los husos horarios del mundo y define, ni más ni menos, la hora de México.
La Cultura Maya supo elegir sabiamente la ubicación de sus centros ceremoniales que hoy, los modernos viajeros del siglo XXI, esos que buscan experiencias que mezclan el misticismo, la belleza natural y las proezas de talento.